—Se acabó la temporada de labores del Senado y no se vieron más que peleas y corrupción —clamó Catalina Arana—. Se fueron a vacaciones, muy campantes, pero de lo que les toca hacer no se les vio nada. Definitivamente, este gobierno sí que está demostrando que eso del “cambio” no es más que promesas de campaña que jamás se cumplirán.
—Pero mire que el Legislativo —contestó el ilustre profesor Gregorio Montebell— parece que no ha hecho más que seguirle la cuerda a lo que dizque alguna vez dijo Einstein, que “los grandes espíritus siempre han encontrado la oposición violenta de las mentes mediocres”, y las curules están ocupadas por ignorantes y por jóvenes, que también son ignorantes.
—¿Y qué tiene que ver, acaso, que los senadores sean jóvenes? Eso no tiene relevancia; si han sido elegidos por la mayoría de votos, ellos son los que tienen que estar en donde están.
—Precisamente —aclaró El Sapo Inquisidor—. La palabra “senado” tiene un origen interesante, y las palabras “senado” y “senil” comparten una raíz etimológica común, y por eso ambas palabras coinciden en la idea de vejez o antigüedad, aunque se aplican en contextos diferentes: “senado” en el ámbito político y legislativo, y “senil” para describir características propias de la vejez. La palabra “senado” proviene del latín “senatus”, que se formó a partir de “sen” (viejo) y el sufijo -atus (equivalente al sufijo en español -ado, que designa conjunto e indica dignidad o cargo). En la antigua Roma, el “Senatus” era la asamblea fundamental de deliberación de los asuntos públicos durante la República; un consejo de ciudadanos investidos con una parte del gobierno del Estado. En la actualidad, se refiere a la cámara alta de un cuerpo parlamentario. Y la palabra “senil” también proviene de la misma raíz latina “senex”, que significa “viejo” o “anciano”.
—Estas dos palabras están relacionadas —continuó Montebell— porque los gobiernos a lo largo de la historia de la humanidad han procurado un grupo de ancianos de cabecera, porque la edad conlleva sabiduría (“más sabe el diablo por viejo que por diablo”), y han buscado el conocimiento de los viejos para tomar las decisiones. Incluso en los medios de comunicación se ha procurado también una buena compañía (Panesso, Casas, Hoyos…), con tal de contar con quien pueda contextualizar de inmediato una noticia. Pero, así como Bogotá tuvo a un embolador en el Concejo, el Congreso tiene una talanquera de ignorantes, como las furibundas Cabal, Valencia y Holguín, la mascota Polo Polo, la gritona y saltarina Juvinao y el HP Hernández; y tuvo otras bellezas, como los despistados Anatolio y Macías y el cancerbero ladrador Mejía. Sí, no importa que sean jóvenes, pero debieran desasnarse para legislar.