Diez lecciones que deja la Copa América

Ya está, se acabó. Con el guayabo de haber perdido la final después de un invicto de 28 partidos hay que asumir que somos subcampeones y no campeones; la copa volvió a Buenos Aires. Aquí, en cambio, ya no se ven camisetas amarillas en cada esquina ni suena por ahí en taxis y tiendas el sonsonete de «mami, prenda la radio, encienda la tele, y no me molesten, que hoy juega la sele» la canción de Ryan Castro que se volvió tema oficial de esta selección.

Nos queda alzarnos con el segundo lugar y con la dignidad que hay detrás, y aprender algunas lecciones. Aquí comparto diez que considero relevantes:

  1. «Perder es ganar un poco». Quizás nunca tuvo tanto valor aquella frase del profesor Francisco Maturana. Haber perdido en el minuto 111 con la selección actualmente campeona del mundo y de la misma Copa América, no es poca cosa. 
  2. Somos más que subcampeones. Supongamos que son ciertas las suspicacias sobre un arbitraje planeado para favorecer a Argentina: más mérito aún tiene «la sele». Con el último partido, quedó una doble sensación: por un lado, que hubo manejos leoninos en la organización, y por otro, que la selección a la que habría correspondido la copa es la colombiana; hay un acuerdo generalizado y tácito en que fue el mejor equipo del torneo.
  3. El fútbol es el espectáculo de masas por excelencia en el mundo, sin embargo, su éxito es más de mercadeo que deportivo. Para ponerlo en perspectiva, el cantante que arrasa en conciertos y premios no es el mejor, ni el bestseller es el mejor libro. Uno y otro son mejores en ventas, pero ante la crítica especializada no resistirían el mínimo debate. Y al fútbol le sucede igual: los mejores espectáculos deportivos están reservados a la ‘inmensa minoría’. Ante la belleza de los saltos ornamentales, el nado sincronizado, la gimnasia o el patinaje artístico, por no citar más, poco puede hacer el fútbol, así ofrezca más goles olímpicos y chilenas.
  4. Mientras más cerca de la meta se esté, menos se debe aflojar. Aunque los ejemplos más clásicos de celebración anticipada pertenecen a los deportes que tienen una línea de meta —tentación irresistible de alzar los brazos en señal de victoria antes de llegar a ella— esto sucede en casi todas las disciplinas. Y quizás así le haya sucedido a la selección Colombia:  llegó confiada, respaldada por un invicto de 28 partidos, y la vimos un tanto aminorada frente a la que fue ante Uruguay o Panamá, por no hablar de los tres partidos anteriores. Ello aplica para varios jugadores individualmente y para el equipo en conjunto.
  5. Primer mundo no necesariamente significa impecable organización. Si bien el comportamiento del público dista mucho del deseable, quedó claro que la organización no estaba preparada para estas contingencias. Preocupa que eso suceda en el país que organizará el siguiente mundial, pues tendrá que vérselas con hinchadas radicales y violentas.
  6. Las muchedumbres no son buenas consejeras. Partiendo de la buena fe, estoy segurísimo de que nadie salió de su casa o su hotel en Miami hacia el Hard Rock Stadium con la intención de destruir las escaleras eléctricas o meterse por los ductos del aire acondicionado, aun si salieron sin boleta o si su intención fuera la de colarse. Pero la turba envalentona y hace perder la razón y, si se está en medio el fanatismo, se convierte en una bomba peligrosa.
  7. Nadie merece ser agredido por una camiseta. Aunque hay deportes más violentos en el campo de juego, como el hockey o el fútbol americano, además del boxeo, la lucha y otros deportes de contacto, las peleas entre aficionados son más frecuentes en el fútbol que en todos esos, como vimos en el partido Colombia-Uruguay. Las numerosas historias de hinchas muertos en riñas entre aficionados del fútbol son casi inexistentes entre los entusiastas del ciclismo o de los toros.
  8. El fútbol solo es un juego (y un negocio). Independientemente de si se trata del que se juega en el barrio, del de la B, de los clubes locales o de la selección nacional, el fútbol está hecho para divertir (o para hacer dinero), y en el espectáculo cabe tanto lo futbolístico como la actuación para buscar la falta que no existió.
  9. Los jugadores no son héroes ni villanos, solo jugadores. Algunas veces lo hacen bien y otras no tan bien. El arquero que es goleado, como le sucedió a Róbinson (Rufay) Zapata en el 9-0 ante Brasil hace ya 24 años, no merece castigo más allá del que le da la historia: nadie lo recuerda, como sí a Óscar Córdoba, Miguel Calero, René Higuita, Faryd Mondragón o David Ospina.
  10. El fútbol debe unir, no dividir.  Estos días posteriores a la final, dados los lamentables hechos de vandalismo ocurridos en el estadio, es común ver en redes sociales expresiones y memes tildando de uribistas o de petristas a los vándalos, siendo que allí había simplemente aficionados. Si bien tenemos la escuela de los cubano-americanos, vivir en Miami o estar de paso por allí dista poco en este sentido de vivir en Bogotá o en Springfield: no otorga postura política per se. Utilizar estas circunstancias para echar fuego a la polarización no está a la altura del debate político, y es casi volver a las épocas en las que nuestros abuelos mataban o morían por el acto simple de llevar una peinilla roja o azul en el bolsillo. Hay que superarlo ya.

Mientras tanto, este gobierno del cambio debería arrebatar el fútbol de las manos de la mafia y democratizarlo: que los clubes pasen a pertenecer a las hinchadas, como en otros lugares del mundo, y no al cacique político de la zona, como sucede con el Junior, o a personajes condenados por homicidio y narcotráfico, como pasa con el Unión Magdalena, por citar solo dos ejemplos.  ¿Para cuándo esa reforma, presidente?

@cuatrolenguas

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