Colombia y la teoría del caos

Por FREDDY SANCHEZ CABALLERO

Una manzana roja incrementa nuestra confianza en la creencia de que todos los cuervos son negros. C.G. Hempel

Una pequeña ardilla se atravesó en la vía que conduce al aeropuerto de Rionegro; para evitar aplastarla el conductor de un Aveo gris frenó abruptamente, generándose un accidente de varios vehículos, entre ellos el de un piloto de Avianca. El asunto no tuvo consecuencias graves y no las hubiese tenido para mí, si no fuera porque ese piloto sería el encargado de llevarme a Bogotá para tomar la conexión de Lufthansa que me conduciría hasta Frankfurt. Yo llegué a punto para abordar el avión, pero no así mi equipaje, cuya operación precisaba de un tiempo mayor. Un rato más tarde me encontraba cruzando el océano a 13 mil pies de altura con un alto grado de incertidumbre. En Frankfurt me recogió un amigo para llevarme hasta Austria, donde yo inauguraría una exposición tres días después. Pero mi maleta y mis cuadros estuvieron perdidos durante ocho días. Todo un verdadero caos, las leyes de lo impredecible se cumplían una vez más.

Hay nubarrones en el horizonte, sobrevolamos un vasto océano sin control automático, sin una estrella polar, sin un norte, adolecemos de un capitán experto en tormentas políticas y de un plan B.

La teoría aristotélica según la cual toda causa o acción tiene sus consecuencias, parece no aplicarse en nuestra lánguida democracia. Hace cualquier cantidad de años los gobernantes de derecha vienen haciendo y deshaciendo en beneficio propio sin que sus actos erráticos o abiertamente delincuenciales sean sancionados. Para los politólogos modernos y el capitalismo occidental, la relación causa-efecto parece haber entrado en apuros; el mal derivado de sus políticas egoístas es siempre justificado, no ya desde la filosofía, sino desde la desvergüenza. Cualquier fracaso o caos generado por sus desafueros, se atribuye a los antecesores, al sucesor, o a lo azaroso de los cambios generacionales. La ineptitud de nuestros gobernantes, ya no precisa de causas, sino de pretextos. Ya no busca orígenes, sino chivos expiatorios.

La teoría del caos según la cual el aleteo de una mariposa puede provocar una tormenta al otro lado del mar, es aplicable a nuestro tambaleante y rapaz sistema de gobierno. Pequeñas variaciones al inicio de un proceso pueden provocar resultados sorprendentes e inesperados. Lo sabemos desde que Edward Lorenz promulgó dicha teoría al inicio de los años 60. Lo sabía Kennedy cuando aplicó su criminal bloqueo comercial al pueblo de Cuba. Un pequeño suceso puede conducir a consecuencias impredecibles. Aquí se desconfía del hecho, y la escases de la isla se le atribuye al sistema, pero nos declaramos en quiebra con solo el bloqueo de la vía a Buenaventura. Cualquier perturbación en la planeación de un suceso político inestable puede llevarlo a la debacle. Para poner otro ejemplo cercano, lo vimos en la única alcaldía progresista de Bogotá: sabotear el sistema de recolección de basuras fue tarea fácil para sus opositores, negarse a devolver los carros y forzarlos a comprar vehículos nuevos, que luego la DIAN decomisó, sería como soltar la ardilla a la orilla de la carretera. Para complementar la artimaña, todas las entidades de control dirigirían la lupa hacia allá sin piedad. Hubo multas, sanciones y demandas. Lo que siguió a continuación fue “goebbeliano”, todo el aparato propagandístico del sistema al servicio de una gran mentira que se sigue repitiendo años después.

Según organismos internos e internacionales, en Colombia la inequidad y la pobreza van en aumento. Pese a que se rebajen los umbrales de la miseria o se encasille a rebuscadores callejeros como trabajo informal para disminuir el índice del desempleo. Desconocer la correlación causa efecto entre las políticas avaras de la derecha y el resultado final a que ha sido llevado el pueblo colombiano es cínico. “la gente es pobre porque quiere”, dicen sin asomo de vergüenza, tratando de deslegitimar los hechos como resultado de ese sometimiento genocida impulsado desde la mezquindad y la avaricia. Pero eso nunca lo sabremos con certeza en una sociedad inmediatista, más acostumbrada al resultado final que al proceso. Tampoco sabremos qué sería del tratado de paz de nuestro país si un gobierno diferente al actual, sin el concurso del narcotráfico, hubiese impulsado lo pactado en la Habana; cuántas vidas se hubiesen podido salvar. Cuántos sobresaltos.

En el entrampamiento contra el proceso de paz denunciado por senadores de la oposición, ocurrió algo semejante; no han pasado dos años y ya existe la tendencia a olvidar el detonante que empujó al monte a Santrich y a un puñado de reinsertados. Todos solemos olvidar el aleteo inicial, el punto de inflexión. Nadie investiga la descarada artimaña de Néstor Humberto para entorpecer el proceso. Ahora Santricht y muchos otros están muertos, mientras el doctor cianuro sigue robando portada y posando de faro de la moral en una sociedad confundida. Envalentonado por esa falsa causa, el gobierno de Duque aprovechó para dar cumplimiento a una de sus fatídicas promesas de campaña: hacer trizas el acuerdo. Es decir, asesinar reinsertados, líderes campesinos, negarse a devolver las tierras robadas a sus reclamantes, y justificar el abultado presupuesto para la guerra. Cientos de homicidios y arbitrariedades tuvieron su origen en dicha falacia. Todo ello debidamente avalado por una prensa complaciente o cómplice, para quien la verdad perdió sentido como valor social, y la mentira ha sido ascendida de estatus y convertida en herramienta de trabajo.

Todos sabemos ya que al gobierno le interesa el caos para ocultar su corrupción, se regodea en él, lo propicia para garantizar su impunidad. Incendiar el país es un un propósito evidente. Cada palabra dicha, cada post, cada decreto, cada acción va en función de ello.  A falta de una gran guerrilla activa contra el estado, este ha dotado al Esmad de un poderoso arsenal, y todo lo necesario para afrontar una guerra urbana contra jóvenes y manifestantes que salen a las calles a gritar su desesperanza. Pese a que el pueblo no tiene para comer, y el sector sanitario carece de lo básico para afrontar la pandemia, ostentamos uno de los más altos presupuestos para la defensa en Latinoamérica. Como si fuera poco, ante la exigencia nacional e internacional, solicitando cambios estructurales en las fuerzas del orden en materia de educación y derechos humanos, Duque opta por un cosmético cambio de uniformes. 

Mientras todos los organismos de Derechos Humanos siguen exigiendo respetar las vidas de los civiles, el gobierno dilata las conversaciones con la mesa de negociación incrementando las medidas de fuerza, la procuraduría fustiga a quienes abogan por los manifestantes, la fiscalía no muestra avances respecto a los asesinos y violadores de jóvenes, y el congreso hunde el proyecto de matrícula 0. Aumentar la inconformidad parece ser la consigna. Saben que una masa enardecida es fácil de manipular en cualquier sentido; el efecto mariposa solo precisa de un pequeño empujón. No quieren que el paro se detenga; al régimen le convienen los saqueos, los vidrios rotos, los heridos, los muertos, los desaparecidos, le urge el caos.

La visita de la comisión de Derechos Humanos desnudó la falta de voluntad del gobierno. Primero intentó frenar su llegada con todo tipo de artimañas, y luego, poco le importó su presencia en el país: las represiones, gaseos y homicidios en las calles continuaron. Las conclusiones a las que lleguen, sus recomendaciones, también serán ignoradas; prueba de ello son, el nombramiento de Alejandro Ordoñez, un cuestionado exprocurador con ínfulas de inquisidor como interlocutor de dicha comisión, y la designación de un individuo como Juan Carlos Pinzón, enconado negacionista de los falsos positivos y enemigo del proceso de paz, en la embajada norteamericana. 

Hay nubarrones en el horizonte, sobrevolamos un vasto océano sin control automático, sin una estrella polar, sin un norte, adolecemos de un capitán experto en tormentas políticas y de un plan B. La tripulación se siente confundida, los pasajeros están desesperados. Todo está servido para el caos. Como en la paradoja de Hempel, la intuición no parece ir de la mano de la lógica. Solo el aleteo decidido de esta juventud rebelde tiende a reducir un poco el factor de incertidumbre.

www.fsanchezcaballero.net

@FFscaballero

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