La metamorfosis de un par de pericos

Me he gozado en estos días a mi amigo Álvaro Díaz Jiménez por una tumbada que le hicieron, en nombre del espíritu de la navidad, con la venta de un par de pequeños semovientes voladores. Pero lo más jodido es que no solamente me lo he gozado yo, sino que él mismo se ha gozado el hecho como si el tumbado no hubiera sido él sino el vendedor.

El domingo pasado Álvaro me pidió que lo acompañara a la casa del compita Arsenio Jaraba a echarle abono a un palo de mango de azúcar que tiene el Compita sembrado en el separador de la carrera 24, en Barrancabermeja, frente a donde se instala la tarima del ya institucional fandango de año nuevo. Mientras estábamos allí, una persona que pasaba caminando cerca de nosotros sacó de pronto de una mochila sinuana que llevaba terciada, un hermoso perico con el cuello multicolor y se lo mostró a alguien que transitaba en un carro por el lugar, indicándole con los dedos que costaba 35 barras. El del carro ni lo determinó, pero Álvaro, pensando en su sobrina Valentina, en el regalo del Niño Dios y en la promesa que le había hecho de darle una mascota, no lo pensó dos veces y lo llamó y le dijo: “Ey llave, 15 barras”, y el man le contestó: “treinta”, y Álvaro le ripostó: “Veinte”; y al fin se pusieron de acuerdo en veinticinco.

Pájaros pintados para pasarlos por pericos pintosos.

Álvaro, que anda más pelado que pepa de guama, le dijo entonces que lo acompañara a la casa a buscar la plata, con la intención de que Gabriela, su esposa, pagara la compra, y con la seguridad de que lo haría sin objeciones, en razón al amor que ambos le tienen a Valentina, y por el significado que unos hermosos periquitos multicolores iría a representar para la vida de la niña.

Y así fue, y ya en la casa y acordado el precio del perico en 25 barras, entraron en conversación con el hombre y le preguntaron entonces por la naturaleza de los colores, qué tipo de perico era, a qué familia de los alados pertenecía, de qué país provenían, respondiendo el sagaz pajarero con una cátedra de ornitología, en la especialidad de ‘pericología’, sacando con disimulo de su mochila, mientras hablaba, otro perico para hacerles una propuesta complementaria al negocio ya hecho: “Les recomiendo que le compren la parejita al perico macho que me compraron, para que no se sienta solito y triste y además para que puedan sacarles cría, porque esos pajaritos como pareja son muy alegres y prolíficos y cada dos meses tienen pichoncitos.” Así fue como terminaron comprando la parejita de pericos multicolores de una raza muy fina, más fina que los pericos australianos, por cincuenta mil pesos, con la esperanza de repartirles pericos a toda la familia y a sus amigos.

Entonces, felices con la adquisición, llamaron a Valentina a su casa, y llegó Valentina con su mamá enfletada, como por entre un tubo, y le mostraron los pericos que se habían escondido en las ramas del jardín que Álvaro y Gabriela cuidan con gran esmero. Y emocionada al verlos dijo María Teresa, la mamá de Valentina: “hay que comprarles una jaula digna, a la altura de la calidad de pajaritos que son”, y remató Álvaro: “y una totuma pequeña, medio cilíndrica y hueca para que se metan, aniden y pongan allí sus huevitos”. Y se fueron María Teresa, Gabriela y Valentina a un almacén de pájaros a conseguir todos los aditamentos para acondicionarles el hogar a los finos periquitos.

Estuvieron más de una hora, y efectivamente llegaron con una jaula muy hermosa, pero en sus rostros se les dibujaba una sonrisita de picardía que no pudieron disimular. “Mijo”, le dijo Gabriela a Álvaro, “prepárate para ver la metamorfosis de los pericos, porque dentro de quince días ya no serán multicolores sino verdes como las hojas de una mata de plátano. El señor del almacén de las jaulas nos echó el cuento y sin que le diésemos detalles de los colores de los pericos nos los describió con una exactitud fotográfica y además nos dijo que el nombre de esos periquitos es ‘churicas’,o cotorras, que en cautiverio no se reproducen, y que ellos han conocido que hay una persona muy hábil que le pinta el cuello y las alas muy bonito y los vende en la calle a 35 barras.”

La carcajada no se hizo esperar y quienes estábamos allí nos fuimos enseguida a mirar a los pericos con todo el detalle, a ver si nos percatábamos de que efectivamente estaban pintados, y Álvaro, con la rigurosidad de médico veterinario que es, les dio vuelta y los miró por arriba, por debajo, por los lados, y al final, sin cargas de conciencia, dijo sonriente y con gran frescura: “No joda, esta vaina es una obra de arte, si estas plumas son pintadas, los cincuenta mil pesos que nos costó la parejita y los cincuenta de la jaula son poco para pagar el ingenio y la creatividad de un tipo que por el rebusque hace cosas talentosas.”

Inquieto con la vaina de los pericos, porque realmente no me parecía que estuvieran pintados y estaba casi convencido de que sus colores eran naturales, volví a la casa de Álvaro, dos días después, con un amigo ‘shellero’ que sabe de pájaros y sobre todo de pericos, y cuando los vio, después de comentarle la historia, me dijo: “erda viejo Foncho, esos pajarracos lo que son es cotorras y ambos son machos”.

Una semana después, enterado de la tumbada que le hicieron a Álvaro, “Chocolate”, un amigo de ellos, un día que pasaba por el frente de la casa, al ver a Gabriela que salía detuvo el carro y a viva voz le dijo: “doña Gabi, dígale por favor al doctor Alvarito que mañana le voy a traer un chulo que tengo en mi casa, para que me lo pigmente bien colorido como los pericos que les compró al pajarero.”

Bueno, ese es el espíritu de la navidad. ¡Qué importan sus colores si el verde es bello, y el significado que tienen para la niña es de vida y alegría!

@altorresd

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